viernes, 5 de junio de 2009

Sobre el Nuevo Cine Argentino

Mundo Grúa

El nuevo cine argentino y el cambio de mirada
Autor: Hernán Deluca
Publicado en 2002

1. El despertar
El viejo sistema, en el que la verticalidad en los poderes es la estructura dominante está muerto, debe cambiar hacia la búsqueda de una necesaria igualdad, donde todos seamos los protagonistas. Pero pareciera que muchos de nosotros preferimos dormir en una falsa globalización y permanecer al margen de todo. Lamentablemente, algunos argentinos reaccionaron al desaparecer el ilusorio 1 a 1 (un dólar = un peso), y terminaron de ser sacudidos el violento 19 de diciembre de 2001. Y su primer paso, al ver la realidad, fue tomar las cacerolas y ubicarse frente a los bancos. Pero todos sabemos que con eso no alcanza.
Afortunadamente, los artistas que tienen las sociedades reflejan mejor que nadie lo que sucede en un momento determinado, y en ocasiones, se adelantan a las crisis con sus obras. Sensibles por naturaleza, recurren a su creatividad para dejar testimonio de una época, al mismo tiempo que proponen una alternativa ante el peligro amenazante.
A mi entender, ese fue el caso de los realizadores que integran el llamado “nuevo cine argentino” quienes, rápidamente, comenzaron a actuar desde su profesión. Es decir, desde su lugar en la sociedad.

2. Los reparadores
Desde fines de los noventa, un grupo de nuevos realizadores comenzó a cambiar drásticamente la mirada e, inconscientemente, estaban mostrando un camino, el cual se podía advertir a través de variadas historias, distintos estilos y nuevas influencias.
Con Pizza, birra, faso (Bruno Stagnaro y Adrián Caetano, 1997) y, un poco más atrás, con la primera edición de las Historias breves vimos en estos “neorrealistas modernos” la desesperada necesidad de escapar de los viejos temas y de los tradicionales estilos fílmicos, en los que el director parecía contar todo con una temible imposición.
También se hizo vital para ellos narrar las historias sin tener que recurrir al régimen dominante, donde, muchas veces, quien manejaba el Instituto les otorgaba créditos a sus amigos.
En los últimos treinta años, cuando un realizador quería volar creativamente, lo hacía para contarnos una historia oscura y densa, donde el deterioro de la Argentina estaba en primer plano. Y así, nuestro cine fue acumulando una serie de films donde el denominador común era la decepción. A diferencia de aquel cine, estos jóvenes no miran todo desde afuera, por el contrario, se internan (y nos internan) dentro de cada escena, haciéndonos partícipes de una experiencia única.
Por suerte, Pablo Trapero, Adrián Caetano, Lucrecia Martel y otros, se dieron cuenta de que habíamos perdido identidad en las imágenes. Hasta el momento, parecía que para contar una historia había que viajar al pasado en busca de fotogramas, temas y estilos estéticos.
Había que hacer algo con tanta melancolía y el primer paso fue la “reparación de imágenes”.
Otra clara intención de este grupo era la de terminar con ese estancamiento creativo al que sólo le interesaba reciclar lo extranjero para obtener más ganancias en las boleterías (costumbre que también apareció a fines de los noventa, con Comodines, La Furia, Fuckland, etc.).
Pero las imágenes que nos otorgan estos realizadores son auténticas, y curiosamente, los diálogos son dichos por personajes creíbles. Y si notamos que en Mundo Grúa (Pablo Trapero, 1999), en Bolivia (Adrián Caetano, 2001) o en Mala época (Mariano DeRosa, Rodrigo Moreno, Salvador Roselli y Nicolás Saad, 1998) los personajes tienen dificultades para comunicarse o para encarar algún proyecto de vida es, justamente, porque viven en una sociedad en crisis. No se dan por vencidos, y a través de sus voluntades se enfrentan al desencanto general. Transitan, sin problemas, historias que van del humor más absurdo al drama más desgarrador y desde estos claros extremos sacan las fuerzas necesarias para enfrentar sus conflictos.

3. Dando el ejemplo

Conscientes del arte cinematográfico, estos directores explotan sus posibilidades al máximo nivel. Para ellos, retratar la realidad no significa descuidar el lenguaje en demanda de una precariedad visual, por el contrario, los recursos formales siempre están en función del tema tratado. Por ejemplo, en La Ciénaga (2001), Lucrecia Martel nos describe un pequeño mundo donde cohabitan la asfixia, la fatiga y la circularidad. Pero todas estas sensaciones tienen vida a los ojos del espectador a través del uso logrado de la puesta en escena.
En Mundo grúa, Pablo Trapero nos describe un universo creíble y común, a través de abundantes detalles visuales y auditivos. También son cotidianas las historias de Caetano, pero su modo de plantar la cámara nos saca de esa realidad para llevarnos a un verdadero espectáculo artístico. Como vemos, por primera vez en nuestro cine, la fotografía, el montaje y el diseño sonoro forman una lograda uniformidad.
En definitiva, lo que nos están diciendo estos directores es que resistamos y que cada uno, desde su lugar en la sociedad, ponga las condiciones ante la adversidad. Tan simple como eso.
Como vemos, antes del 19 de diciembre algunos artistas percibían el estado terminal de nuestro país y paradójicamente, nos lo hacían saber con una agradable mezcla de creatividad y atrevimiento. MCI

Publicado originalmente en MCI - Megasitio de Cine Independiente (http://www.cineindependiente.com.ar/)

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