La década del noventa se despide con infinidad de falencias y una marcada ausencia de autores.
Autor: Leonel D´Agostio
Nota publicada en 2000
Suelo imaginarme en el año 2052 asistiendo a una muestra retrospectiva intitulada "El cine de fin de siglo pasado"; con esfuerzo intento elaborar un programa tentativo, ya sea por títulos de aquellos films que hayan marcado a los ’90, ya sea por directores cuyos apellidos nos retrotraigan de forma automática a los días citados. El resultado es casi nulo; el programa imaginado se desvanece en un blanco de resignación.
La llegada del fin de un ciclo propone y obliga el consabido balance; este fin de año con la característica cuádruple de presentar balances por año, por década, por siglo y por milenio: una muy buena excusa para voltear la cabeza y revisar el camino andado.
Con respecto a lo acontecido en lo cinematográfico, un pequeño vistazo hacia la década que concluye presenta un panorama un tanto desolador. La década del ’90 es la década del remake y del revival; diez años sin una personalidad definida más que por el reciclaje; la ausencia de ideas frente a lo todo dicho.
La década del ’90 aceptó su característica básica: el refrito. El ejemplo paradigmático lo aporta el caso de "Psicosis" versión 1999: copiada cuadro a cuadro del original por el genial venido a menos Gus Van Sant, que inscribió, sin quererlo, una extrañísima página en la historia del cine.
No es casual, entonces, que la figura del director-autor haya sido eclipsada; apenas un puñado de nombres pudo asumir este rol frente a la infinidad de películas made in Hollywood, y quienes lograron hacerlo no pudieron, sin embargo, sostener tan pesada carga.A principios de la década salieron al ruedo, con intención de no entregarse, desde Francis Ford Coppola con su capítulo tercero de "El Padrino", un Scorsese experimentando con su clásica "La Edad de la Inocencia", Woody Allen aportando uno de sus mejores títulos como "Maridos y Esposas"; y algunos nombres que comenzaban a tomar forma como Spike Lee, Tim Burton y el joven e independiente Quentin Tarantino. Pero un puñado de nombres no basta frente a una institución cinematográfica como la actual, basada de pleno en el sincretismo y en busca de la mayor rentabilidad con sus productos. Los apellidos citados hoy se pierden en el olvido o, simplemente, sus posibilidades se acortan y los espacios les son vedados.
Un recorrido por los ganadores del cada vez más mediocre premio Oscar puede ilustrar la situación, con un listado de películas que culpables del pecado mayor en el reino de las artes: perecer a las aguas del olvido. Baste recordar, como ejemplos funestos, a "Danza con Lobos", "Forrest Gump", "El Paciente Inglés", "Titanic", "Shakespeare Apasionado": casi todas unidas bajo el mismo signo, que es el revisionismo de la clásica película de género de la edad de oro del cine norteamericano, con la salvedad de que la ingenuidad de aquellos años hoy es imperdonable.
El regreso al género fue, por otra parte, una conclusión de esta década. El terror –de la mano de Wes Craven- se jactó de aquellos clásicos del cine clase B; la irrupción de Tarantino abrió la puerta para que sus secuaces (llámense Robert Rodriguez, Roger Avary y hasta el mismo Oliver Stone) enfatizaran sin necesidad su cuota de irrisión en la violencia del policial; Clint Eastwood recuperó con una mirada nostálgica el western (antes de ofrendarnos su maravillosa "Los Puentes de Madison": un claro ejemplo de que el cine continúa en pie); los hermanos Coen hicieron lo propio también en el policial; y hasta el insoportable Jim Carrey ha insistido con vehemencia para convertirse en un ícono de la comedia, tronos disputados décadas atrás nada menos que por Buster Keaton, Charles Chaplin, Jacques Tati o Jerry Lewis. Si a esto le sumamos el esfuerzo de Hollywood por revisar el pasado y refritar hacia el futuro al desempolvar a "Batman", "Mr. Magoo", "George de la Selva", "Los Picapiedras", "Perdidos en el espacio", "Tarzán", etcétera, la imagen de un cine mirando a sus espaldas por el sólo hecho de evitar alzar su cabeza frente a lo que viene deja entrever con claridad sus oscuras intenciones.
Para colmo, la ausencia de nuevos nombres y la desaparición de los últimos grandes creadores ensombrecen aún más el panorama. El reciente año, sin ir más lejos, nos deja como último legado y como mejor película del año la obra póstuma de Stanley Kubrick "Ojos Bien Cerrados". Toda una paradoja: el mejor film de fin de siglo a manos de un director de mediados del mismo.
En el cine nacional ha pasado otro tanto; con excepción de algunos títulos, chispazos apenas de una nueva generación), la cartelera nacional dejó más dudas que logros, con un rebrote de cine industrial –apéndice de la televisión- pero sin miras más audaces que el simple pasatiempo.
La gran polémica -que años antes colmaba las discusiones cinematográficas del mundo- instaurada entre quienes defendían el cine industrial y aquellos que apoyaban al cine de autor hoy es una pieza de museo, con la salvedad de que no es ni siquiera visitada. Hollywood amplía el margen de su torta; las cinematografías nacionales hacen lo que pueden por subsistir; el autor es, hoy por hoy, un personaje quijotesco, que lucha hasta con el propio Sancho.
Como bocanada de aire fresco Dogma ’95 llegó justo a tiempo para reanimar la promesa del cine recuperado, revivido después del electroshock. Pero hasta tal conducta cae bajo el manto de las sospechas frente a la mirada del cine norteamericano, que los acusa nada menos que de intentar... ¡ser comerciantes con el cine!
No sorprende al mirar sin desdén hacia nuestras espaldas descubrir que los aportes más interesantes de la década provinieron lejos de Hollywood: Peter Greenaway con su "Escrito en el cuerpo" como un sintético documento de la cultura contemporánea y sus experimentos narrativos; Jane Campion con su admirable "La Lección de Piano"; Abbas Kiarostami con "El Sabor de la Cereza"; Nikita Mikhalkov con "Sol Ardiente"; Peter Jackson "Criaturas Celestiales"; Arturo Ripstein "Profundo Carmersí"; Emir Kusturica "Underground"; Wong Kar Wai "Felices Juntos"; componiendo un listado que, aún intentando no caer en la desesperanza, suena a completo.
Los noventa se van con un gran déficit, principalmente en la falta de nuevos creadores capaces de llegar al gran público; nuevos cultores del arte cinematográfico, capaces de replantear un nuevo giro en sus arraigados cimientos; nuevas miradas de nuevos públicos cansados de ver, una y otra vez, más de lo mismo. MCI
Publicado originalmente en Megasitio de Cine Independiente (www.cineindependiente.com.ar)
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